¿Por qué sufren los niños?, fue la pregunta sobre la que reflexionó el Papa Francisco durante el emotivo encuentro de ayer viernes en la Casa Santa Marta con unos 20 niños gravemente enfermos -acompañados de sus padres y voluntarios-, que participan del “Tren de la Alegría”. El Pontífice dijo que la respuesta a esta interrogante es un misterio, pero que el consuelo y la fortaleza para seguir adelante las encontrarán en la mirada amorosa de Dios Padre.
Hay una pregunta “cuya explicación no se aprende en la catequesis”, señaló el Papa. “Es la pregunta que tantas veces me he hecho, y tantos de ustedes, tanta gente se la hace: ‘¿Por qué sufren los niños?’. Y no hay explicaciones. También esto es un misterio. Solo miro a Dios y pregunto: ‘¿Pero por qué?’. Y mirando la Cruz: ‘¿Por qué tu Hijo y ellos? ¿Por qué?’. Es el misterio de la Cruz”, indicó.
En el encuentro también estaban voluntarios y responsables de UNITALSI, una organización nacional italiana que transporta a los enfermos a Lourdes (Francia) y a otros santuarios.
Los niños eran 20, entre 7 y 14 años, pero también algunos pequeños de 2 o 3 años. Una niña de nombre Mascia le dijo al Papa unas palabras, recordando el encuentro del 31 de mayo de 2013 también con niños enfermos. La menor recordó a todos los que estaban presentes, algunos niños que ahora están en el cielo y le aseguró que todos han rezado mucho por el Papa, como les había pedido.
A continuación el texto completo del Papa, en el cual también agradeció a un padre y a su esposa por haber sido valientes y rechazar abortar a su hijo enfermo, tal como les habían “aconsejado”:
“Cuando en la catequesis nos han enseñado la Santísima Trinidad, nos han dicho que era un misterio: que sí, está el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, pero que comprenderlo todo no se podía. Es cierto, tenemos las pruebas de que es verdad, pero comprenderlo es otra cosa. Las pruebas las tenemos. También aquí, si miramos a Jesús, la Eucaristía, en aquel pedazo de pan está Jesús, es verdad. Pero ¿cómo así? No entendemos cómo puede…pero es verdad, es Él. Es un misterio, decimos. Es así, si hacemos algunas otras preguntas de la catequesis, no podemos explicar profundamente, pero tenemos las pruebas.
Hay también una pregunta cuya explicación no se aprende en la catequesis. Es la pregunta que tantas veces me he hecho, y tantos de ustedes, tanta gente se la hace: ‘¿Por qué sufren los niños?’. Y no hay explicaciones. También esto es un misterio. Solo miro a Dios y pregunto: ‘¿Pero por qué?’. Y mirando la Cruz: ‘¿Por qué tu Hijo y ellos? ¿Por qué?’. Es el misterio de la Cruz. Tantas veces pienso en la Virgen, cuando le han dado el cuerpo muerto de su Hijo, todo herido, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Y qué hizo la Madre? ‘¿Llévatelo?’. No, lo abrazó, lo acarició. También la Virgen no comprendía. Porque ella, en aquel momento, recordó aquello que el ángel le había dicho: ‘Será Rey, será grande, será profeta…’; y dentro de sí, seguramente, con aquel cuerpo así herido entre los brazo, con tanto sufrimiento antes de morir, dentro de sí seguramente habría tenido deseo de decirle al ángel: ‘¡Mentiroso! Fui engañada’. También ella no tenía respuesta.
Cuando los niños crecen, llegan a una cierta edad en la cual no comprenden bien cómo es el mundo, hacia los dos años, más o menos. Y comienzan a hacer preguntas: ‘Papá, ¿por qué? Mamá, ¿por qué?’. Y cuando el papá o la mamá comienzan a explicar, no escuchan. Hacen otro ‘¿por qué?’. ‘¿Y por qué ello? Y ellos no quieren escuchar la explicación. Solamente, con este ‘¿por qué?’, reclaman para ellos la mirada del papá y de la mamá. Nosotros podemos preguntar al Señor: ‘Pero Señor, ¿por qué? ¿Por qué los niños sufren? ¿Por qué este niño?
El Señor no nos dirá palabras, pero sentiremos su mirada sobre nosotros y esto nos dará fuerza. No tengan miedo de preguntar, también de provocar al Señor. ‘¿Por qué?’. Quizá no llegará alguna explicación, pero su mirada de Padre te dará la fuerza para seguir adelante. Y te dará también aquella cosa extraña de la cual ha hablado este hermano en su doble experiencia: un sentimiento diverso, un sentimiento extraño (El Papa se refiere al testimonio dado por el papá de un niño enfermo). Y quizá este sentimiento de ternura hacia su niño enfermo será la explicación, porque es la mirada del Padre. No tengan temor de preguntarle a Dios: ‘¿Por qué?’; provocarle: ‘¿Por qué?’, siempre que estén con el corazón abierto a recibir su mirada de Padre. La única explicación que podrá darte será: ‘También mi Hijo sufrió’. Pero aquella es la explicación. La cosa más importante es la mirada. Y su fuerza está ahí: la mirada amorosa del Padre.
‘Pero él que es obispo –ustedes pueden hacer la pregunta-, que ha estudiado tanta teología, ¿no tiene nada más que decirnos?’. No. La Trinidad, la Eucaristía, la gracia de Dios, el sufrimiento de los niños son un misterio. Y se puede entrar en el misterio solamente si el Padre nos mira con amor. Yo de verdad no sé qué cosa decirles porque tengo tanta admiración por su fortaleza, por su coraje. Tú has dicho que les habían aconsejado el aborto. Han dicho: ‘No, que venga, tiene derecho a vivir’. Nunca, nunca se resuelve un problema haciendo fuera a una persona. Nunca. Esta es la regla de los mafiosos: ‘Hay un problema, lo hacemos fuera…’ Nunca.
Los acompaño así como son, como siento. Y de verdad no siento una compasión momentánea, no. Los acompaño con el corazón en este camino, que es un camino de coraje, que es un camino de cruz, y también un camino que me hace bien, me hace bien su ejemplo. Y les agradezco de ser así valientes. Tantas veces, en mi vida, fui cobarde, y su ejemplo me ha hecho bien. ¿Por qué sufren los niños? Es un misterio. Se debe llamar a Dios como el niño llama a su papá y dice: ‘¿Por qué? ¿Por qué?’, reclamar la mirada de Dios, que la única cosa que nos dirá es: ‘Mira mi Hijo, también Él’.
El hecho que en un mundo donde es tan cotidiano vivir la cultura del descarte, lo que no anda bien se descarta, ustedes llevan esta situación así, me permito decirlo – pero no quiero hacer una lisonja, no, lo digo de corazón- esto es heroicidad. Ustedes son los pequeños héroes de la vida. He escuchado tantas veces la gran preocupación de papás y mamás como ustedes y estoy seguro que es la de ustedes: que (mi hijo) no se quede solo en la vida, que (mi hija) no se quede sola en la vida. Quizá es la única ocasión en la cual los padres piden al Señor llamar primero al hijo, para que no se quede solo en la vida. Esto es amor.
Les agradezco su ejemplo. No sé qué cosa más decir, de verdad, porque estas cosas me impresionan tanto. También yo no tengo respuesta. ‘Pero él es Papa, ¡debe saber todo!’. No, sobre estas cosas no hay respuestas, solamente la mirada del Padre. Y después, ¿qué cosa hago yo? Rezo por ustedes, por estos niños, por aquel sentimiento de alegría, de dolor, todo mezclado, del cual ha hablado nuestro hermano. Y el Señor sabe consolar este dolor en modo especial. Que dé Él la consolación justa a cada uno de ustedes, aquella que necesitan.
Gracias por la visita, ¡gracias, gracias!
El Padre Joannis (Mons. Gaid, uno de sus dos secretarios personales del Papa, que han acompañado el grupo), que es un poco especial, ustedes lo conocen, me hizo la sugerencia de contarles una historia. Quizá les ayudará a mirar al Señor.
Había un niño que jugaba. El papá lo miraba desde la ventana del tercer piso y el niño quería mover una piedra grande, pero no podía, pesaba mucho. Después el niño, inteligente, agarró un instrumento de fierro para moverla y no podía, después llamó a sus compañeros para moverla, pero no podían porque era una piedra pesada. Y ellos querían moverla para jugar en ese lugar. Al final el papá que miraba desde la ventana salió, y con mucha fuerza y con una herramienta de fierro sacó la piedra. Y el niño reprochó al papá: ‘Pero papá, tú viste que yo no podía moverla’ – ‘Sí’- ‘¿Y por qué no viniste antes? – “Porque no me llamaste”.
No olviden esto: llamar al Señor. Él sabrá cómo vendrá, cuándo vendrá, y esta será su consolación. Recen también por mí. Gracias. Recemos a la Virgen: Ave María…”