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SAN PABLO, EL ENAMORADO DE CRISTO

Por: Hna. Julia Karina de la Paz

Tengo el vivísimo deseo, en esta ocasión de escribirles sobre san Pablo, el apóstol de Cristo. Apóstol no por mandato humano, sino por designio Divino, como él mismo dice.

Muchos de nosotros conocemos la historia de san Pablo, que era judío, obediente a la ley, fariseo de educación y perseguidor de la naciente Iglesia. Hasta que Jesús le salió al encuentro de camino a Damasco, pero ¿por qué fue tan grande la conversión? Porque el amor de Dios es la fuerza más poderosa y grande que el hombre pueda conocer y así lo experimento Pablo.

Aquel que siempre había buscado la perfección, libertad, justicia, amor, perdón, paz; la Perfección, la Paz, el Amor, la Justicia lo encontró a él, para liberarlo y amarlo y por primera vez en su vida Pablo conoció lo que más ansiaba, conoció al verdadero Dios, conoció a Jesús.

Después del encuentro de Jesús y Pablo, en Damasco, Pablo fue bautizado y el Espíritu de Dios derramado, Jesús lo había conquistado y sintiendo esto ¿cómo no gritar?, ¿cómo no arriesgarse?, ¿cómo no hablar?, ¿cómo escapar?, si le fuego de Su Amor quemaba dentro. ¡Ese ardiente y pasional fuego del amor de Dios!

Pablo se había enamorado de Cristo y fue ese amor que lo llevo a trabajar incansablemente en la difusión de la Buena Nueva, porque él nos enseña que el amor a Dios, se revela en el amor al prójimo. Si san Pablo viviera continuaría ardiendo en aquella llama doble en un mismo incendio: el amor por Dios y su Cristo y por los hombres de cualquier pueblo.

Su amor y pasión eran tan grandes que lo llevaron a recorrer el mundo conocido predicando el Evangelio y a pesar de las dificultades, siempre estaba fortalecido en Cristo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Todo lo que hizo san Pablo parte de la motivación más íntima de su vida: “Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Su fe es el impacto del amor de Dios, de Jesús en su corazón, que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma y llego al grado de dar la vida por Jesús, porque para él la vida era Cristo y la muerte una ganancia y confiaba plenamente que nada ni nadie, ni la vida, ni la muerte podrían separarlo del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Que este gran santo no sea para nosotros una figura del pasado, sino que continúe siendo un maestro, apóstol y heraldo de Jesucristo y un ejemplo del cristiano, ya que en san Pablo encontramos al discípulo que conoce al Divino Maestro en su plenitud: él lo vive integralmente; nos presenta al Cristo total, Camino, Verdad y Vida.

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