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“NOSOTROS” SIEMPRE SOMOS “TODOS”

El lenguaje de la fe cristiana es muy especial. A veces se nos hace curioso y paradójico, siempre original y estimulante: como que no nos deja plenamente satisfechos con lo que hemos estado entendiendo hasta el presente.

Gian Claudio Beccarelli Ferrari

El lenguaje de la fe cristiana es muy especial. A veces se nos hace curioso y paradójico, siempre original y estimulante: como que no nos deja plenamente satisfechos con lo que hemos estado entendiendo hasta el presente. Tiene la virtud de empujarnos a seguir el camino de un peregrino que todavía no ha alcanzado su meta. Se me ocurre compararlo con una mujer permanentemente embarazada que está gestando vida nueva: nace un hijo y ya está listo otro que viene detrás de él. No podemos prescindir de llamarlo metafórico o alegórico porque siempre nos lleva más allá de lo sensorial. Debiéramos, más propiamente, llamarlo ‘sacramental’ porque, además de un primer sentido literal goza de una propiedad simbólica, que esconde, al mismo tiempo que revela, un sentido arcano, más profundo que denominamos ‘pleno’, cuando lo contemplamos cumplido, eso es: cuando realiza todo lo que significa.

Hoy quiero detenerme en considerar dónde nos quiere llevar el uso del pronombre ‘nosotros’ y del adjetivo ‘nuestro’, que utilizamos en la oración ‘dominical’ que es el ‘Padre Nuestro’.

En primer lugar me admira el hecho que, siendo la fe cristiana una experiencia prioritariamente personal, que exalta al máximo la dignidad individual, este aspecto haya sido excluido de la oración que el mismo Hijo de Dios nos enseñó a sus discípulos. Pues, en la oración del ‘Padre nuestro’ el singular únicamente es empleado para dirigirnos al único Padre de todos, pero nunca para referirnos al ser humano. Cuando se piensa en el hombre siempre se acude al plural: cada una de las siete peticiones que componen la oración dominical según la versión de Mateo (cfr. Mt 6,9-13), al igual que las cinco que corresponden a la versión de Lucas (cfr. Lc 11,2-4), utilizan el plural.

Eso indica que ha sido voluntad explícita de Jesús que la relación de cada uno de nosotros con Dios implique necesariamente una clara conciencia de nuestra pertenencia a la Comunidad eclesial. La santificación del Nombre de Dios, la venida del Reino de los Cielos, el cumplimiento de la Voluntad del Padre en la tierra, así como el Pan de cada día, el Perdón de los pecados, el No Caer en la tentación y la Liberación del mal, son asuntos comunitarios, de interés de compartido, que no pueden ser conceptualizados como cuestiones de la esfera privada de la vida de nadie.

En otras palabras, no podríamos lucirnos legítimamente del nombre cristiano si no apreciáramos la dimensión social de nuestra naturaleza humana y si no hubiésemos despertado para asumir el cometido evangélico, que nos corresponde a cada uno, de fomentar la convivencia fraterna entre todos los habitantes del planeta, con atención especial a la edificación de la comunión intraeclesial. Según lo que nos enseña el ‘Padre Nuestro’, a los ojos de Dios los hombres, por cuanto nos contemos por miles de millones, somos una sola familia en la que todos sus integrantes tenemos que ver por el bien de todos y de cada uno.

La unidad de la Iglesia es el signo que el mundo necesita ver para creer en Jesucristo resucitado (cfr. Jn 17,21). El ‘Padre Nuestro’ es la expresión de una consciencia totalmente iluminada por la verdad, de tal modo que cuando utilicemos el ‘nosotros’ pensemos en todos y no únicamente en algunos: nosotros, como hijos de un único Padre, somos siempre todos: buenos y malos, justos e injustos, ricos y pobres, niños y ancianos, hombres y mujeres.

No podemos permanecer indiferentes frente a las graves divisiones que todavía afectan al género humano. Nuestra tarea es la de ser artífices de paz para que podamos ser reconocidos como hijos de Dios (cfr. Mt 5, 9).

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