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EL SALMO 50, UN HIMNO PARA VIVIR LA CUARESMA

Todos los viernes del año, salvo excepciones, los sacerdotes y consagrados rezan el Salmo 50, una de las oraciones más célebres del Salterio, apreciado desde hace siglos por judíos y cristianos. Conozca algunos detalles del himno “del pecado y del perdón” que cobra un significado especial en Cuaresma.

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad: por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces”, dicen los primeros versículos del Salmo 50.

Aquí puede leer el Salmo completo.

La tradición judía ha puesto este salmo penitencial en labios de David, a quien el profeta Natán le reprendió por el adulterio cometido con Betsabé, que quedó embarazada, y el asesinato de su marido Urías (cf. versículos 1 y 2 del Salmo 50; 2 Samuel 11 – 12).

Esta oración fue enriquecida en los siglos posteriores con la oración de personajes como San Juan Pablo II, que en cuatro audiencias en casi tres años explicó el mensaje que encierra el texto conocido también como “Miserere”.

“El Salmo 50 presenta dos horizontes. Ante todo, aparece la región tenebrosa del pecado (cf. versículos 3-11), en la que se sitúa el hombre desde el inicio de su existencia: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (versículo 7)”, dijo el Pontífice en el 2001.

“Si por el contrario el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios se demuestra dispuesta a purificarlo radicalmente. De este modo, se pasa a la segunda parte espiritual del Salmo, la luminosa de la gracia (cf. versículos 12-19)”, añadió.

Hasta aquí, el que reza el salmo le expresa a Dios su condición de pecador, pero no se encierra en su soberbia y egoísmo, sino que clama la ayuda de la infinita misericordia del Señor, quien al perdonar manifiesta su poder sobre el mal y su victoria sobre el pecado. Luego el salmista se compromete a ser testigo de su amor.

Por otro lado, San Juan Pablo II en el 2003 resaltó la reflexión que hace el Papa San Gregorio Magno a las últimas composiciones del Salmo 50, quien aplica el versículo 19, que habla de espíritu contrito, a la existencia terrena de la Iglesia, mientras que refiere el versículo 21, que habla de Holocausto, a la Iglesia en el cielo.

San Gregorio lo explica así: “La Santa Iglesia tiene dos vidas: una en el tiempo y otra en la eternidad; una de fatiga en la tierra, otra de recompensa en el cielo; una en la que se gana los méritos, otra en la que goza de los méritos ganados”.

“Tanto en una como en la otra vida ofrece el sacrificio: aquí el sacrificio de la compunción y allá arriba el sacrificio de alabanza”, acotó San Gregorio Magno.

En este tiempo de Cuaresma que se llama a los cristianos a la penitencia y conversión, el Salmo 50 se convierte en el himno que cada cristiano puede elevar a Dios, reconociendo su culpa, pidiendo un corazón puro y proclamando la alabanza del creador.

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