Me acuerdo que en mis ensueños de adolescente fantaseaba con ser un líder exitoso en todos los aspectos de la vida, y era mi preferencia ser el mero triunfador de todas las carreras ciclísticas.
Gian Claudio Beccarelli Ferrari
Me acuerdo que en mis ensueños de adolescente fantaseaba con ser un líder exitoso en todos los aspectos de la vida, y era mi preferencia ser el mero triunfador de todas las carreras ciclísticas. Supongo que así era como evadía de la realidad, porque en mi desenvolvimiento personal resultaba mediocre en todo y no sobresalía en nada. En esa etapa de mi vida buscaba héroes con quienes identificarme.
Por fin, de adulto, pasado ya de los treinta años de edad, cuando conocí a Jesucristo, me di cuenta de que él era el único que me estaba ofreciendo un modelo de vida diferente y superior a cualquier otro. Me dediqué a conocerle más profundamente y llegué a la conclusión de que merecía seguirle mediante una opción, mía, definitiva.
En estas últimas semanas en las que la Liturgia nos ha invitado a confrontarnos con el largo discurso que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm (cfr. Jn 6, 24-71), llegando ya a la parte conclusiva cuando pregunta a los Doce: “¿También Ustedes quieren marcharse”? (Jn 6,67), me alegró mucho poderle responder de nuevo, como le había respondido Pedro en su tiempo, “Señor, ¿a quién iré? Tú tienes palabras de vida eterna” (cfr. Jn 6,68).
En Cafarnaúm, con base en la ilustración de lo que iba a ser la celebración eucarística, memorial de su sacrificio voluntario para el perdón de los pecados de todos, Jesucristo quiso saber con cuántos, entre los muchos discípulos que aparentemente simpatizaban con su mensaje, contaba y podía disponer realmente. Al pronunciar estas palabras: “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,55), puso la fe en la Eucaristía como criterio de separación entre los que le creían y los que no lo entendían. La reacción de los que lo oyeron hablar así fue desconcertante. Muchos de los presentes dijeron: “Este lenguajes es intolerable” (cfr. Jn 6,60). Y, de inmediato, casi todos lo abandonaron. Jesús no se conturbó. Quería liberarse de todos aquellos que no percibían las novedades del cristianismo, por eso continuó diciendo: “¿Esto les escandaliza? ¿Qué sucedería entonces cuando me vieran subiendo donde estaba antes?” (Jn 6,62), con lo que quiso decir: ‘¿Cómo reaccionarían, pues, cuando me vean colgado en la cruz como un malhechor ejecutado?’.
De esta forma provocó intencionalmente el alejamiento de todos aquellos que lo estaban siguiendo por interés, sin estar dispuestos a perder, junto con él, la propia vida para la redención de sus hermanos. Quedándose luego solo con los Doce, también a ellos los dejó en libertad de abandonarlo o de confirmar su voluntad de seguirle hasta las últimas consecuencias.
Es característica de un verdadero líder hablar siempre con la verdad para que sus seguidores estén tan convencidos, como él mismo, de la bondad de la causa por la que luchan juntos. Como auténtico líder que fue Jesús, nunca le importó contar con muchos discípulos. Lo único que sí le importaba era que sus secuaces fueran tan valientes y entregados como lo era él.
Por eso la personalidad de Jesús me ha impactado tanto y me ha atraído a su seguimiento. No sólo me ha fascinado su persona, sino que, más aun, me ha entusiasmado su proyecto de vida por el que quiso cambiar la historia humana al precio que fuera. Analicé detenidamente cada una de sus opciones, las vi atrevidas pero necesarias y le pedí la ayuda que necesitaba de él para hacerlas mías también. Descubrí que la clara visión de las cosas que cultivaba en su corazón era el fruto de su permanente oración para dejarse guiar por la voluntad del Padre celestial.
Entonces empecé a quererlo imitar aprendiendo a orar como él oraba y sentí que eso estaba transformando mi timidez en valentía. Poco a poco me vi liberado de la dependencia del ‘qué dirán’ los demás y me sentí interiormente más libre por tomar en mi vida decisiones de calidad sin preocuparme por caerle bien a nadie. Pues, opté por reconocerle por lo que él quería ser: mi Señor; y, hasta el día de hoy, no me he visto defraudado.