El lema «Tierra y Libertad» fue la razón por la que en el sur de México, a finales del gobierno de Porfirio Díaz, luchó el caudillo morelense Emiliano Zapata. Tierra y Libertad equivale a «trabajo y libertad». Constituye un binomio extraordinario que exalta la dignidad humana.
Las raíces de ese concepto se hunden en el misterio de la creación, porque, cuando Dios creó al ser humano a su propia imagen y semejanza, lo puso en medio de un hermoso jardín para que lo cultivara y sacara de él los alimentos para sí mismo y para su familia con el sudor de su propia frente.
La tierra es el elemento que Dios utilizó para plasmar el cuerpo del hombre. Pues, el vínculo que une permanentemente el hombre con la tierra es indisoluble. La tierra, de la que salió la «carne», es perecedera, según el dicho: «eres polvo y al polvo volverás». Sin embargo, la tierra, en cierto grado, es viva y, fecundada por las semillas y regada con agua, produce lo que el hombre necesita para comer y crecer. Además la tierra se adorna con exuberante vegetación que forma el hermoso hábitat humano. Con razón, a la tierra se le compara con un asombroso jardín, lleno de frescura.
La libertad constituye el segundo componente del ser humano, por el que patentiza su origen no terrestre. La libertad es prerrogativa del espíritu. El hecho que el hombre anhela vivir disfrutando de la libertad documenta que no sólo tiene origen terrestre, sino que también pertenece a la esfera del espíritu, que es lo esencial de la naturaleza divina. Pues el hombre, desde su origen, está emparentado con Dios.
El parentesco que el hombre goza con Dios es su propia dicha, porque es lo que lo enriquece con la inmortalidad. Tanto así que el hombre anhela bienes superiores a los que halla, y parcialmente disfruta, en este mundo. En efecto, él tiene una cierta nostalgia del «Reino de Dios», que todo lo hace para adelantar sus valores desde aquí y desde ahora. Como quien dice, ha descubierto su dignidad de ser una persona, o sea, una «relación subsistente» que lo solidariza con todos sus semejantes en paridad de dignidad, que lo relaciona con el Creador en su condición de hijo o hija, que lo pone por encima de las demás creaturas para ejercer sobre ellas su señorío.
El verdadero anhelo del hombre es darle cumplimiento a la voluntad del Padre celestial en la tierra, tal cual se cumple en los cielos. Esto implica haber descubierto las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales: dar de comer a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, vestir a los desnudos, hospedar a los peregrinos, visitar a los encarcelados, socorrer a los enfermos y enterrar a los que han muerto; perdonar a los que ofenden, enseñar a los ignorantes, aconsejar a los que dudan, aguantar a las personas tediosas, corregir al que se equivoca, consolar a los que están tristes y rezar por vivos y difuntos.
¡Qué bonito es el mundo cuando lo vemos y lo queremos como lo ve y lo quiere Dios!
Monterrey, N. L., a 10 de agosto de 2024.
Gian Claudio Beccarelli Ferrari